viernes, 21 de diciembre de 2012

DE LA COLADA AL PUENTE DE PELLEJEROS.


  Una de las rutas menos conocida y con más encanto de estos contornos es esta, la bajada desde la presa de La Colada al puente romano de Pellejeros. Ya sea por su grado de dificultad, pues hay tramos de cabreras algo complicados, por su entorno en sí, bien dirigiendo la mirada a la flora y fauna que te rodea o al paso de la mano del hombre por estos lares, la verdad es que este paseo acompañando al río Guadamatilla hasta el puente romano te cautiva y embelesa en cada uno de sus rincones.  




 Después de dejarnos en el muro de la presa nuestros taxistas Andrés y Francisco José, iniciamos la marcha por el margen izquierdo del río según se baja. El comienzo por este lado es más complicado debido a la fuerte pendiente, pero al final va a merecer la pena, no ya por las alambradas de los cortijos de Linarejos, la Retamosa, el Buho entre otros, que hay en aquella orilla, sino que por esta vertiente vamos a toparnos con las ruinas de dos molinos que yo ni sabia que existieran.


           








  La ruta a pesar de sus casi diez kilómetros por terreno virgen con el que solo cuentas en determinados momentos con unas rudas pero muy
eficaces veredas de ovejas que también utilizan algún que otro venado o jabalí, se hace corta, ya que cada rincón que vas descubriendo te emboba y te hace olvidar que los minutos, las horas, van pasando en el reloj y el puente de Pellejeros aun queda retirado.

 

  


   Este recorrido por el río Guadamatilla es una muestra, ya sea a nivel cinegético, botánico o geológico de la gran riqueza que poseemos en nuestra tierra para practicar senderismo, lo tenemos a la vuelta de la esquina, sin necesidad de largos desplazamientos. Solo tenemos que cogerlo.

                       





          



 Retamas, tamujos, encinas, álamos, perdices, conejos, zorros,  la huella del jabalí, la del venado, las formaciones rocosas dibujando hermosas cabreras o el granito pulido por el paso del agua, son verdaderas joyas que forman parte de esta ruta. Y al final, como premio el puente romano de pellejeros, eterno, impasible y desgraciadamente mudo y olvidado. ¿Lo dejaremos morir?.




  

miércoles, 19 de diciembre de 2012

ARROYO BEJARANO Y BAÑOS DE POPEA.



  Siempre que hacemos una ruta nueva entre los amigos, la estudio, me informo y la planifico para tratar de no cometer ningún error, que todo salga a pedir de boca, y aún así uno se confía y  a veces las cosas no salen según lo previsto, (fue el caso de la primera visita al castro del Vioque, en la que en mi autosuficiencia no me llevé los planos, o en la primera vez que fuimos a la cueva de la “Venta de la Inés”, desconocedores de los problemas allí existentes). Pero ya se sabe, entre amigos, todos esos fallos son perdonables y perdonados. La cosa cambia si ya la ruta es planeada a un nivel diferente, a un entorno más abierto en el que además de tus amigos son partícipes también tus paisanos. Entonces el temor a que “algo salga mal” se hace patente y la responsabilidad por que “todo salga bien” te hace estudiar el asunto a fondo.
 Todo empezó hace tres semanas, cuando en una de las tardes de las que voy por Guadalinfo, Raúl me comentó que había fondos en el Ayuntamiento para hacer un viaje  y practicar senderismo.

                                                                           

 Y así después de consultar varias opciones en el ordenador nos decantamos por una del programa “Wikiloc”: “Arroyo Bejarano y baños de Popea”. A partir de aquí todo fue buscar y recabar información sobre el paraje, sacar planos, averiguar los puntos de interés de la zona para llegado el momento no se escapase nada.



   Ese momento llegó el sábado pasado. Era diecinueve de Abril.
  A la hora de partida, las nueve de la mañana, veinticuatro personas, no más, subían a bordo del autobús con destino a Santa María de Trassierra. En poco más de una hora estábamos en el lugar dispuestos a empezar la caminata, allí se sumaron a la expedición cuatro senderistas más y la marcha se inició. Primer punto de referencia el cortijo del “Caño”, la dehesa y el alcornoque nuestros vecinos hasta toparnos de bruces con el arroyo Bejarano, segundo punto de referencia. Aquí la vegetación cambia por completo y un precioso bosque en galería nos engulle y envuelve con su magia, olmos, avellanos, alisos, muchos de ellos vestidos con plantas trepadoras, y entre tales, la huella de la civilización que un día fue, como el acueducto de Valdepuentes primero romano y después árabe que tomaba sus aguas del primer venero del Bejarano; o el molino que lleva por nombre el de su padre el arroyo.













 Seguimos la vereda aguas abajo, lentiscos, acebuches, pinos, más huella humana, son antiguas minas. El descenso se vuelve más picado y las aguas aceleran su paso buscando el río Guadiato hasta encontrarlo, tercer punto de referencia. Allí unos metros más abajo y gracias a que su cauce no está muy subido, conectamos con el sendero que sube por el arroyo del Molino, de nuevo  el bosque en galería expone su frondosidad hasta límites insospechados, atrapando el pasado y el presente.


 Nos encontramos con el molino del “Molinillo”, antiguo batán, hoy mudo espectador de senderistas alucinados. Seguimos subiendo y una poza con sus chorreras espera, son los baños de “Popea”.  



                                                                                                          
   Aquí hacemos un alto, la expedición toma sus bocadillos y su refresco de las mochilas y en pequeños grupos tertulianos damos cuenta del banquete.
   Ya solo queda regresar en busca del autocar, es tarde y decidimos acortar la ruta haciéndolo subir hasta Santa María de Trassierra. Allí nos aguarda.

martes, 18 de diciembre de 2012

NOCHE DE SENDERISMO A LA ERMITA.


                        
  El viernes nueve de Septiembre de 2011 el plan era aprovechar la luna llena para llegar andando a la ermita recientemente restaurada de Don Miguelito y pasar allí un rato  agradable. Así se hizo, a la caída del sol seis caminantes iniciaban la ruta, con un atardecer más bien caluroso para la época.


   
                                                                                   

                                   

  Los seis con su mochila vieron desparecer el sol por un horizonte enmarañado y rojizo preludio de lo que iba a ser el próximo día. Los seis se dejaron llevar por el camino del “pozo de sierra vana”. Los seis, en su deambular, adoptaron una nueva compañera que los guió  por un camino polvoriento, y no les abandonó ya en toda la noche.  Bendita Luna.








Al llegar al destino una pequeña edificación les daba la bienvenida. Abrió sus puertas y les dijo: “Entrad. Hace unos meses yo estaba en ruinas, mustia de pena porque cada día que pasaba por mí más vieja y cansada me encontraba, tal era el caso que mi compañero el cortijo ya murió y no se pudo hacer nada. Yo llevaba el mismo camino, el camino de la vida misma: naces, te miman, te olvidan y finalmente te mueres.








 Al final he tenido suerte, alguien se acordó de mí y me han salvado. Miradme, disfrutad de mi aspecto, yo disfrutaré con vosotros cuando me visitéis y os ofreceré lo que tengo”.
  Los caminantes, los seis, la miraron, por dentro y por fuera, de lado y de costado. “Esto me gusta. Esto no me gusta…”. Pero para los seis lo importante es que estaba viva, allí con ellos, compartiendo ese momento. Así caminantes y ermita se hermanaron  aquella noche y lo compartieron todo.
 Ya nunca se olvidarían.