El viernes nueve de Septiembre de 2011 el
plan era aprovechar la luna llena para llegar andando a la ermita recientemente
restaurada de Don Miguelito y pasar allí un rato agradable. Así se hizo, a la caída del sol
seis caminantes iniciaban la ruta, con un atardecer más bien caluroso para la
época.
Los seis con su mochila vieron desparecer el
sol por un horizonte enmarañado y rojizo preludio de lo que iba a ser el
próximo día. Los seis se dejaron llevar por el camino del “pozo de sierra vana”.
Los seis, en su deambular, adoptaron una nueva compañera que los guió por un camino polvoriento, y no les abandonó
ya en toda la noche. Bendita Luna.
Al llegar al destino una
pequeña edificación les daba la bienvenida. Abrió sus puertas y les dijo:
“Entrad. Hace unos meses yo estaba en ruinas, mustia de pena porque cada día
que pasaba por mí más vieja y cansada me encontraba, tal era el caso que mi
compañero el cortijo ya murió y no se pudo hacer nada. Yo llevaba el mismo
camino, el camino de la vida misma: naces, te miman, te olvidan y finalmente te
mueres.
Al final he tenido suerte, alguien se acordó
de mí y me han salvado. Miradme, disfrutad de mi aspecto, yo disfrutaré con
vosotros cuando me visitéis y os ofreceré lo que tengo”.
Los caminantes, los seis, la miraron, por
dentro y por fuera, de lado y de costado. “Esto me gusta. Esto no me gusta…”.
Pero para los seis lo importante es que estaba viva, allí con ellos, compartiendo
ese momento. Así caminantes y ermita se hermanaron aquella noche y lo compartieron todo.
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