miércoles, 16 de enero de 2013

SENDERISMO POR EL RÍO CERECEDA.



 


  Se dice que lo que se hace sin pensar es lo que mejor sale y eso es lo que nos pasó ayer. Teníamos nuestra ruta de senderismo planificada, como siempre, con nuestros planos y bien estudiada. Era la ruta de la cueva de la Venta de la Inés, pero al llegar a nuestro destino se nos prohibió el paso, el guarda nos dijo que solo se podía realizar los segundos y cuartos sábados de cada mes y hoy no era el caso, nuestra buena fe y nuestra ignorancia nos hizo caer en el pecado de preguntar a quién no debíamos, así que con volver sobre nuestros pasos tuvimos bastante, somos gente que no buscan problemas solo pretendemos disfrutar de lo que nos brinda la madre naturaleza.











   Decidimos bajar hasta las inmediaciones de Fuencaliente, concretamente a los aledaños de su campo de fútbol, allí hay varias rutas señalizadas y optamos por coger la de “Las Lastras”, eso sí después de tomarnos un refrigerio. 






                                                                        
   Una vez repuestas las fuerzas, bastón en mano y mochila a la espalda emprendimos la marcha río arriba. Un terreno agreste nos esperaba, paredes verticales y veredas a pie de precipicio eran nuestras compañeras, amén del murmullo del río siempre presente en nuestro recorrido. Diré que fue una ruta de las que no se olvidan, pues cada rincón por pequeño que fuera tenía su encanto, musgo en pleno verdor envolviendo las piedras, enredaderas vistiendo álamos a falta de sus hojas, cascadas de agua sobre solera de piedra pulida por el paso de esta, alcornoques, sobre todo uno de dimensiones considerables, castaños y todo tipo de monte bajo. Es un lugar virgen, tocando lo paradisíaco y nada tiene que envidiar a otros con más renombre








   Así fuimos haciendo nuestra ruta, no exenta de dificultades, todas superables y superadas, río arriba, sin prisa, fotografiando en todas direcciones, buscando nuestro objetivo: “Las pinturas rupestres de la Batanera”, pero no iba a ser esta nuestra guinda, para mi y creo que para los demás: Inma, Josefina, Paco y Manoli, la guinda fue el salto de agua que nos aguardaba ya a las puertas de la cueva, un salto de unos diez o quince metros de altura que nos maravilló a los cinco.

 
                                                                    

                                                                                                                                             
   Después de fotografiarlo mil veces, subimos a la cueva, una pared vertical con unos signos dibujados y protegidos por unas rejas, amén de unos paneles explicativos nos esperaban. Eran las tres y media de la tarde, nuestro regreso estaba en marcha, subimos buscando el camino de vuelta, una pista de tierra y grava nos devolvía al coche. La ruta había concluido y ya estábamos pensando en buscar un segundo o cuarto sábado de un mes.






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